Casiodoro de Reina - Amonestación al Lector

 Prefacio que presenta Casiodoro de Reina en su versión de 1569.

Amonestación del Traductor de los Sacros Libros al Lector y a toda la Iglesia del Señor:


Cristiano lector:

"Intolerable cosa es a Satanás, padre de mentira, y autor de tinieblas,  que la verdad de Dios y su luz se manifieste en el mundo; porque sólo  por este camino es desecho su engaño; se desvanecen sus tinieblas, y se descubre toda la vanidad sobre la cual su reino  es fundado, y de allí está cierta su ruina: y los míseros hombres que tiene ligados en muerte con prisiones de ignorancia, enseñados con la divina luz, se le salen de su prisión a vida eterna, y a libertad de hijos de Dios. De aquí viene, que aunque por la condición de su maldito ingenio aborrezca y persiga todo medio encaminado a la salud de los hombres, con singulares diligencias y fuerza siempre ha resistido, y no cesa, ni cesará de resistir (hasta que Dios lo frene del todo) a los libros de la Sagrada Escritura; porque sabe muy bien por la larga experiencia de sus pérdidas, cuán poderoso instrumento es este para deshacer sus tinieblas en el mundo, y echarlo de su vieja posesión. Largo discurso sería necesario hacer para recitar ahora las persecuciones que la Sagrada Escritura ha sufrido en otros  tiempos,  y  los  cargos  infames  que  le  han  hecho,  por  los  cuales  no  pocas  veces  han  alcanzado  a  casi desarraigarla  del  mundo;   y  lo  hubieran  alcanzado  sin  duda,  si  la  luz  que  en  ella  está  encerrada,  no  tuviese  su origen  y  fuente  más  alto  que  este  sol,  y  que  no  consistiese  en  solo  los  libros  como  todas  las  otras  disciplinas humanas; de donde viene que pereciendo los libros en que están guardadas, o por la condición de los tiempos, o por  otros  casos  mundanos,  ellas  también  perezcan;   y  si  alguna  restauración  tienen  después,  es  en  cuanto  se hallan algunas reliquias, con que ayudado el ingenio humano las resucita. Mas porque la fuente de esta divina luz es el mismo Dios, y su intento es propagarla en este abismo de  tinieblas, de aquí, que aunque muchas veces por cierto consejo suyo permita a Satanás la potestad sobre los sagrados libros, y aunque él los queme todos, y aun también mate a todos los que ya participaron de aquella  celestial sabiduría, quedándonos la fuente sana y salva, (como no puede tocar en ella) la misma luz al fin vuelve a ser restaurada con gran victoria, y él queda frustrado y avergonzado de sus diligencias. Por ser pues este su pertinaz ingenio contra la divina palabra, estamos ciertos que no lo  dejará de seguir en esta obra presente, y que en cuanto ella es más necesaria a la Iglesia del Señor, tanto más él se desvelará en despertar contra ella toda suerte de enemigos, extraños y domésticos; los de lejos y los de cerca. Los de lejos, hace días que están despiertos para impedir toda versión vulgar de la Santa Escritura, a título de que "los sagrados misterios no han de ser comunicados al vulgo, y que es ocasión de errores en él", sic. De cerca, no le faltarán otros supuestos, que con títulos algo más sutiles y aparentes se levanten contra ella, aunque por ventura a los unos y a los otros no les  falte  buena  intención,  y  celo,  como  muchas  veces  acontece,  que  con  buenas  intenciones  pero  por  falta  de mejor enseñanza pensando servir a Dios, sirven al demonio y a sus intentos. En cuanto a los primeros, no determinamos por ahora tratar la cuestión, si es conveniente o no, que la ley de Dios, y  todo  el  cuerpo  de  su  palabra,  ande  de  manera  que  pueda  ser  entendida  por  todos,  remitiéndonos  a  otros muchos que antes de nosotros la han  tratado copiosa y  acertadamente. Bastará por ahora amonestarles con toda caridad y humildad, que si son Cristianos, y tienen verdadero celo de la gloria de Dios y de la salud de los hombres, como quieren que se entienda de ellos, miren lo primero, que de lo uno y de lo otro la Palabra de Dios contenida en los sacros libros es el verdadero y legítimo instrumento, y que por tal razón Dios la ha comunicado al mundo para ser por él conocido y honrado de todos, y que por esta vía tengan salud; y esto sin excluir de esta universalidad ni doctos ni indoctos, ni esta lengua ni la otra. De donde es necesario que concluyan: Que prohibir la divina Escritura en lengua vulgar no se puede hacer sin singular injuria de Dios, e igual daño a la   salud de los hombres, lo cual es pura obra de Satanás y de los que él tiene a su servicio. Miren lo segundo, que hacen gran vergüenza a la misma Palabra de Dios  en decir que los misterios que contiene no se hayan de comunicar al  vulgo. Porque las supersticiones e idolatrías todas con que el diablo ha enloquecido al mundo, y extraviándolo del conocimiento y culto de su verdadero Dios, trajeron siempre este pretexto de falsa reverencia. Y  tenía  razón  el  inventor  de  ellas  en  esto,   porque  si  quería  que  sus  abominaciones  permaneciesen  algo  en  el mundo,  necesario  era  que  el  vulgo  no  las  entendiese,  sino  sólo  aquellos  a  quienes  eran  provechosas  para sustentar sus vientres y gloria. Los misterios de la verdadera Religión son al contrario, pues quieren ser vistos y entendidos de todos, porque son luz y verdad; y porque siendo ordenados para la salud de todos, el primer grado para alcanzarla necesariamente es conocerlos. Consideren en tercer lugar, que no le hacen menor afrenta en decir que  sean ocasión de errores, porque la Luz y la Verdad (si confiesan que  la Palabra de Dios lo es) a nadie puede engañar ni entenebrecer. Y si algunas veces lo hace  (como  no  negamos  que  lo  haga  y  muchas)  de  alguna  otra  parte  debe  venir  el  mal;   no  de  su  ingenio  y naturaleza, que es quitar la tiniebla, descubrir el error, y deshacer el engaño. El Profeta Isaías claramente dice que su  profecía  no  es  para  dar  luz  a  todos,  sino  para  cegar  los  ojos  del  Pueblo,  agravar  sus  oídos,  y  embotar  su corazón, para que no vean ni oigan la Palabra de Dios, y se conviertan y reciban sanidad; quien por evitar estos males mandaría entonces al Profeta que se callase, y le cerraría la boca, viendo que hiciera cosa conforme a la voluntad de Dios, y al bien de su Iglesia;  mayormente diciendo él mismo  otras muchas veces, que su profecía es "luz para los ciegos, consuelo para los afligidos, esfuerzo para los cansados", sic.  ¿Y qué hablamos de Isaías? El mismo Señor dice, que vino al mundo para juicio, para que los que no ven vean, y los que ven sean ciegos. Le mandaron  luego  los  padres  de  la  fe  de  entonces  que  callase,  por  evitar  el  daño  de  los  que  de  su  predicación habían de salir más ciegos. De él dice Simeón, que viene para levantamiento, y también para ruina de muchos. Lo mismo  había  dicho  de  él  el  Profeta  Isaías.   Por  lazo  (dice)  y  por  ruina  a  las  dos  casas  de  Israel,  y  de  ellos "tropezarán muchos", sic. Lo mismo dice el Apóstol de la predicación del Evangelio, que a unos es olor vital, a otros olor mortal.  ¿Sería luego buena prudencia quitarlo  del mundo, quitando a los buenos el único medio por donde se han de salvar, por quitar la ocasión de hacerse peores a los que se pierdan, y de suyo están ya señalados para perdición? Miren lo cuarto: Que el estudio de la divina Palabra es cosa encomendada y mandada por Dios a todos, por tantos y tan claros  testimonios del Viejo y Nuevo Testamento, que sin muy largo discurso no se podrán aquí recitar; de donde  queda  claro  que  no  puede  ser  sin  impiedad  inexcusable,  que  el  mandamiento  de  Dios,  tantas  veces repetido, y tan necesario a los hombres, sea dejado y anulado por una tan flaca razón; y que sin ningún pretexto, por santo que parezca, puede excusar, que si Dios la dio para todos, no sea una tiranía execrable que a los más la quiten; y falta de juicio es (si pretenden  buena intención) que la habilidad para poder gozar de ella, sea saber latín solamente, como si sólo los que lo saben, por el mismo caso sean ya los más prudentes y píos: y los que no lo saben, los más puestos a los peligros, que dicen, que  temen. ¿Si es la verdadera sabiduría, quién la necesita más que los más ignorantes? Si es  Palabra de Dios, insigne injuria se hace a Dios, a ella, y  a los buenos, que por el abuso de los malos, se le quite su libertad de correr por las manos de los que podrían usar bien de ella, y sacar los frutos para los cuales Dios la dio. Perverso juicio es que por evitar el inconveniente de los errores, que dicen, en algunos,  priven  a  todos  del  medio  con  que  podrían  salir  de  la  ignorancia,  errores,  herejías,  idolatría, pecado, y toda corrupción, e iniquidad en que nacimos, y fuimos criados, y de que nuestra corrupta naturaleza se abreva (como dice Job) como peces del agua. Si es Luz, a la luz resiste todo hombre que le impide salir en público  para lumbre y alegría de todos; y tinieblas se debe llamar y mentira, porque a la luz y a la verdad no resiste ni pone impedimento, sino la tiniebla y mentira. Si es  candela,  a  cuya  lumbre  el  hombre  ciego  y  habitante  en  esta  caverna  tenebrosa  encamine  seguramente  sus pasos,  visto  es  pretender  de  tener  los  hombres  en  su  ceguera,  el  que  no  quiere  que  les  sea  comunicada  con aquella abundancia con que ella se da. Si es escudo a todos los que en ella ponen su esperanza, espada con que el Apóstol arma al Cristiano para defenderse y  ofender a sus enemigos en toda suerte de tentación, desarmado y por consiguiente vencido y muerto de mano del diablo lo quiere, quien se la quita que no la tenga tan copiosa y tan  a  la  mano,  cuanto  son  muchas  y  continuas  sus  tentaciones.   Si  es  útil  para  enseñar  en  la  ignorancia,  para redargüir  en  el  error,  para  reprender  en  el  pecado,  para  enseñar  a  la  justicia,  para  perfeccionar  al  Cristiano,  y hacerlo hábil y pronto a toda buena obra, fuera de todo buen enseñamiento, y de toda buena y Cristiana disciplina lo quiere, el error, el pecado, y la confusión en lo sacro y en lo profano ama y desea, el que en todo o en parte sepulta las divinas Escrituras; y sepultándolas en parte da a entender bien claro lo que haría del todo si pudiese, o esperase salir con ello. Estas razones son claras, y se dejan entender de todos, no obstante todos los hermosos pretextos que se podrán traer en contrario, que no son muchos; y el más dorado es el que hemos dicho, tan frío que ni aun con humana razón es digno de que se contienda mucho contra él, porque   está claro que ningún hombre de sano juicio habrá, que de veras diga: Que un gran bien, y mayormente tan necesario a todos, dado de Dios para común uso de todos, se deba prohibir en todo ni en parte por el abuso que los malos  ingenios pueden tener de él. Por monstruo de desvarío, enemigo del linaje humano, sería tenido justamente el rey o príncipe, que porque hay muchos que usan mal del pan, del agua, del vino, del fuego, de la luz, y  de las  otras cosas necesarias a la vida humana, o las  prohibe del todo, o hiciese tal estanco de ellas que no se diesen si no muy caras, y con gran escasez. La Palabra de Dios tiene todos estos títulos, porque también tiene los mismos efectos para el alma, miren pues los príncipes del mundo, en qué opinión quieren ser tenidos haciéndola pasar por tan inicua condición. Finalmente como quiera que sea, es necesario que se resuelvan:  Que ni las disputas inoportunas, ni las defensas violentas,  ni  los  pretextos  cautelosos,  ni  el  fuego,  ni  las  armas,  ni  toda  la  potencia  del  mundo  junta  podrá  ya resistir, que la Palabra de Dios no corra por todo tan libremente como el sol por el cielo, como ya lo vamos todos probando  por  experiencia;  y  sería  prudencia  no  poca  aprender  de  lo  experimentado  para  lo  porvenir,  y  tomar otros consejos. Ni nos dejemos engañar más con los pretextos dichos, porque no se encubre mucho lo que el diablo pretende con ellos, aunque los que los han puesto tengan cuanta buena intención quisieron, por lo menos esto es necesario que esté fuera de disputa, Que habiendo dado Dios su Palabra a los hombres, y queriendo que sea entendida y puesta en efecto por todos, ningún buen fin puede pretender el que la prohibiere en cualquier lengua que sea".


Casiodoro de Reina - 1569.








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