Homilia Sobre la Pascua - Meliton de Sardes (Siglo II d.C)

Melitón de Sardes (muerto cerca del año 180) es uno de los Padres de la Iglesia del siglo II que ejerció como obispo en la ciudad de Sardes,​ cerca de Esmirna en Asia Menor (actual Turquia)

Aunque solo sobreviven fragmentos de sus obras, Melitón fue un prolífico escritor​ del cristianismo primitivo. A juzgar por las listas de sus trabajos preservadas por Eusebio y san Jerónimo. Escribió una célebre apología del cristianismo que envió a Marco Aurelio.

Melitón listó el primer canon cristiano del Antiguo Testamento, conteniendo casi exclusivamente los libros protocanónicos a excepción del Libro de Ester. De esta forma, representaba casi el mismo canon usado por los Judíos y la mayoría de los Protestantes. Melitón no incluía los otros libros deuterocanónicos usados por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Iglesia Copta y otras iglesias cristianas.

Su obra Peri Pascha ("Homilía de Pascua")​ es un texto que fue reconstruido de fragmentos en la década de 1930. El orden en que los fragmentos fueron ensamblados es una posible reconstrucción. Queda claro según Eusebio que San Melitón celebraba la Pascua el día catorce de Nisan, en lugar de al domingo siguiente (Eusebio, Historia Ecclesiastica 5.24), por lo que se le consideraba Cuartodecimal (que celebraba la Pascua el 14 de Nisan en lugar de al domingo siguiente).​ Esta homilía, si no se contextualiza, puede parecer antisemita y ha sido objeto de mucha controversia.


Homilia de Meliton, Papiro Chester Beatty





MELITÓN DE SARDES, ACERCA DE LA

PASCUA


Prólogo: Introducción al significado tipológico de la Pascua

(1) El relato del éxodo de los hebreos ha sido leído (cf. Ex 12,1-32),

y los términos del misterio han sido explicados en profundidad:

cómo el cordero es inmolado y cómo el pueblo es salvado (cf. Ex

12,21. 27).

(2) Entiendan, pues, queridos; así es: nuevo y antiguo, eterno y

temporal, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal (cf. 1 Co

15,53 ss.): (3) así es el misterio de la pascua; antiguo según la Ley,

nuevo según el Logos (cf. Jn 1,16-17; 2 Co 3,1-16); eterno por la

gracia; corruptible por la inmolación del cordero, incorruptible por

la vida del Señor; mortal por la sepultura en tierra, inmortal por la

resurrección de entre los muertos.

(4) Antigua (es) la Ley, nuevo, en cambio, el Logos; temporal la

figura, eterna la gracia; corruptible el cordero, incorruptible el

Señor; inmolado corno cordero, resucitado como Dios. Porque «cual

oveja fue conducido a la inmolación» (Is 53,7; cf. Hch 8,32), pero

no era una oveja; y cual cordero sin voz, pero no era un cordero. En

efecto, la figura ha pasado y la verdad ha sido encontrada (=

realidad)

(5) Porque en lugar del cordero es Dios quien ha venido y en lugar

de la oveja un hombre y en el hombre Cristo que contiene todo.

(6) Así pues, la inmolación de la oveja y el rito de la pascua y la

letra de la ley han culminado en Cristo Jesús, por el cual sucedió

todo en la antigua Ley, y más aún en el nuevo Logos (=

Testamento).

(7) En efecto, la Ley se ha convertido en Logos y lo antiguo en

nuevo -habiendo salido ambos de Sión y de Jerusalén (cf. Is 2,2 ss.;

Mi 4,2)-, y el mandamiento en gracia, y la figura en realidad, y el

cordero en Hijo, y la oveja en hombre, y el hombre en Dios.

(8) Porque alumbrado como Hijo, y conducido como cordero, e

inmolado como oveja, y sepultado como hombre, resucitó de entre

los muertos como Dios, siendo por naturaleza Dios y hombre.

(9) El cual (Cristo) es todo: ley en cuanto que juzga, Logos en

cuanto que enseña, gracia en cuanto que salva padre en cuanto que

engendra u Hijo en cuanto que es engendrado, oveja en cuanto que

sufre, hombre en cuanto que es sepultado, Dios en cuanto que

resucita.

(10) Este es Jesús, el Cristo; «a Él la gloria por los siglos. Amén» (2

Tm 4,18; Ga 1,5; cf. 2 P 3,18).

(11) Este es el misterio de la pascua, según ha sido descrito en la

Ley como ha sido leído poco ha.

I. La tipología de la Pascua

A) El relato explicativo del pasaje de Ex. 12,3-28

1) Repetición abreviada del relato bíblico

Voy a explicar detalladamente las palabras de la Escritura: cómo

Dios ordena a Moisés en Egipto, cuando quiere, de una parte

someter al faraón bajo el látigo, y de otra parte librar a Israel del

látigo por la mano de Moisés.

(12) En efecto, dice: «He aquí que tomarás un cordero sin defecto y

sin tacha y al atardecer lo inmolarás con los hijos de Israel, y a la

noche lo comerán con prisa, y no romperán ninguno de sus huesos.

(13) Así, dice, harás: en una sola noche lo comeréis por familias y

por tribus, ceñidos sus lomos y los bastones en sus manos. Porque

esta es la pascua del Señor, memorial eterno para los hijos de Israel.

(14) Habiendo tomado la sangre de la oveja, unten las puertas

exteriores de sus casas colocando sobre los montantes de la entrada

la señal de la sangre para intimidación del ángel. Porque he aquí que

yo heriré a Egipto y en una sola noche será privada de hijos, desde

el ganado hasta el hombre» (Ex 12,3-27; cf. 1 P 1,19).

(15) Entonces Moisés, habiendo degollado la oveja y habiendo

cumplido de noche el misterio con los hijos de Israel, marcó las

puertas de las casas para protección del pueblo y para intimidación

del ángel.

2) Desarrollo retórico de la calamidad

(16) Cuando la oveja es degollada y la pascua es comida y el

misterio es cumplido y el pueblo alegrado e Israel marcado,

entonces llega el ángel para herir a Egpito, no iniciado en el

misterio, ni partícipe de la pascua, ni marcado por la sangre, ni

protegido por el espíritu, el enemigo, el incrédulo, (17) en una sola

noche, después de herirlo, lo privó de sus hijos. Porque el ángel,

habiendo merodeado en torno a Israel y habiéndolo visto marcado

con sangre de la oveja, se dirigió contra Egipto y dominó por el luto

al Faraón de dura cerviz, después de haberlo envuelto no de un

vestido sombrío ni de una capa ruinosa, sino de todo el Egipto

totalmente desgarrado, llorando a sus primogénitos.

(18) Todo Egipto, en efecto, sumergido en penas y plagas, en

lágrimas y golpes de pecho, vino todo enlutado, al Faraón, no sólo

en su vestimenta, sino también en su alma, desgarrado no sólo en

cuanto a su externo vestir, sino también en cuanto a sus delicados

senos.

(19) Y se podía contemplar un espectáculo nuevo: aquí los que se

golpeaban el pecho, allí los que exhalaban gritos de dolor, y en

medio el faraón en duelo, sentado sobre saco y cenizas, envuelto en

una oscuridad que lo embargaba a modo de fúnebre vestido, ceñido

por todo Egipto cual si fuera una túnica de luto.

(20) Porque Egipto estaba en torno al faraón como una capa de

lamentación. Tal era la túnica tejida para el cuerpo del tirano; tal era

el vestido con que el ángel de justicia había vestido al duro faraón:

duelo amargo, y oscuridad impenetrable y privación de hijos. Y el

ángel dominaba a los primogénitos de Egipto, porque la muerte de

los mismos era rápida e insaciable.

(21) Y se podía ver un nuevo trofeo ante los muertos caídos de un

solo golpe. Y la derrota de quienes yacían vino a ser alimento de la

muerte.

(22) Si escuchan, se asombrarán ante una desgracia inaudita. Esto

era, en efecto, lo que embargaba a los egipcios: una noche larga y

una oscuridad impenetrable y una muerte vacilante y un ángel

exterminador y un infierno engullendo a sus primogénitos.

(23) Pero les queda aún por escuchar lo más inaudito y lo más

terrible.

En la impenetrable oscuridad, la muerte insaciable se escondía; y

esta oscuridad, los desgraciados egipcios la palpaban, pero la

muerte acechando atrapaba a los primogénitos de los egipcios a las

órdenes del ángel.

(24) Si alguno palpaba la oscuridad era conducido a la muerte. Si un

primogénito estrechaba en su mano un cuerpo oscuro arrastrando en

su alma espanto y temor, gritaba: «¿A quién toca mi mano? ¿A qué

especie de oscuridad rodea todo mi cuerpo? Si es mi padre,

¡ayúdame! Si es mi madre, ¡compadécete! Si es mi hermano ¡dime

algo! Si es un amigo ¡pórtate bien conmigo! Si es un enemigo

¡apártate! Que yo soy un primogénito».

(25) Pero antes que callara el primogénito, el gran silencio se

apoderaba de él diciéndole: «Primogénito, ¡eres mío! Yo estoy

destinado para ti, yo, el silencio de la muerte».

(26) Y el primogénito, habiéndose apercibido de la captura de los

primogénitos, renegaba de sí mismo para no morir tan cruelmente:

«Yo no soy primogénito, he sido engendrado como tercer fruto del

matrimonio». Pero (la muerte) no pudiendo ser engañada, atrapaba

al primogénito; cabeza en alto caía silenciosamente. De un solo

golpe perecía el fruto primogénito de los egipcios: el primer

engendrado, el primer nacido, el deseado, el mimado era aplastado

en tierra, no sólo el de los hombres, sino también el de los animales

irracionales.

(27) En las llanuras del país se escuchaba el alarido de los animales

lamentándose sobre sus crías: porque la vaca teniendo un ternero y

la yegua un potrillo y las demás bestias pariendo y amamantando se

lamentaban amarga y lastimosamente por sus primeras crías.

(28) Hubo lamento y golpe de pecho por la pérdida de los hombres,

por la de los primogénitos muertos. Porque todo Egipto apestaba a

causa de los cadáveres sin enterrar (cf. Sb 18,12).

(29) Era para ver un espectáculo tan terrible: por parte de los

egipcios las madres desmelenadas, los padres perdido el seso,

aullando terriblemente en lengua egipcia: «¡Desgraciados de

nosotros, que hemos sido privados de nuestros hijos, de nuestro

primer retoño, de un solo golpe!». Y se golpeaban el pecho, tocando

con sus manos instrumentos sonoros en una danza macabra.

(30) Tal era la desgracia que se enseñoreaba de Egipto: en un

instante lo privó de hijos.

3) Interpretación tipológica: la protección de Israel por la sangre del

cordero prefigura la salvación del nuevo pueblo preservado por la

sangre de Cristo (cf. Ex 12,13. 23; Sb 18,6-9)

Israel, en cambio, estaba protegido por la inmolación de la oveja, y

al mismo tiempo iluminado por la sangre vertida; y la muerte de la

oveja resultaba ser una muralla para el pueblo.

(31) ¡Oh misterio sorprendente e inexplicable! La inmolación de la

oveja resultó ser salvación de Israel, y la muerte de la oveja llegó a

ser vida del pueblo y la sangre intimidó al ángel.

(32) Dime, ángel, lo que te ha intimidado: ¿la inmolación de la

oveja, o la vida del Señor? ¿la muerte de la oveja o el espíritu del

Señor?

(33) Es claro que estás intimidado por haber visto el misterio del

Señor realizado en la oveja, la vida del Señor en la inmolación de la

oveja, la prefiguración del Señor en la muerte de la oveja. Por esto

no castigaste a Israel sino que privaste de sus hijos sólo a Egipto.

(34) ¿Cuál es este misterio inesperado: que Egipto haya sido

golpeado para su perdición Israel, en cambio, protegido para su

salvación? Oigan la dinámica del misterio: (35) lo que se ha dicho y

lo que ha ocurrido no es nada, amadísimos, sí se separa de su

simbolismo y de su proyecto. Todo lo que se realice y se diga,

participa del simbolismo -la palabra, del simbolismo; el hecho, de la

prefiguración- para que, así como el hecho se manifiesta por la

prefiguración, así también la palabra se ilumine por el simbolismo.

(36) Si no es sobre un modelo, una obra no se construye. ¿O no se

ve lo que ha de ser a través de la imagen que prefigura? Por eso el

proyecto a realizar se elabora con cera, o con arcilla o con madera: a

fin de que se pueda ver lo que va a ser construido más alto en

grandeza más fuerte en resistencia y bello de forma y rico en

instalación (37) gracias a una pequeña y deleznable maqueta. Pero

cuando se ha realizado aquello para lo que (había) sido destinada la

figura, entonces, lo que hasta aquí llevaba la imagen del futuro es

destruido, por haberse hecho inútil, al haber cedido su imagen a una

realidad verdadera. Pues aquello que en otro tiempo era de valor se

devalúa una vez aparecido lo que es válido por naturaleza.

(38) Efectivamente a cada cosa su propio tiempo; al modelo su

propio tiempo, al material su propio tiempo.

Haces el modelo de la obra real. Lo deseas porque ves en él la

imagen de lo que va a ser. Suministras el material para el modelo.

Lo deseas por lo que se va a construir gracias a él.

Ejecutas la obra, a ella sola la deseas, a ella sola quieres, viendo en

ella sola el modelo y el material y la realidad.

Prefiguraciones del Antiguo Testamento realizadas en el Nuevo

Testamento

(39) Pues como sucede en las (realidades) corruptibles, así también

ocurre en las incorruptibles; como sucede en las realidades

terrestres, así también en las celestiales.

En efecto, la salvación del Señor y la verdad han sido prefiguradas

en el pueblo (de Israel), y las prescripciones del Evangelio han sido

proclamadas de antemano por la Ley.

(40) El pueblo, pues, vino a ser como el esbozo de un proyecto, y la

Ley como la letra de una parábola, pero el Evangelio víene a ser

como explicación y cumplimiento de la Ley y la Iglesia el ámbito de

la realización.

(41) El modelo era, pues, valioso antes de la realidad y la parábola

admirable antes de la interpretación. Es decir: el pueblo (de Israel)

tenía su valor antes que la Iglesia fuese edificada y la Ley era

admirable antes de que el Evangelio fuese iluminado.

(42) Pero cuando la Iglesia fue edificada y el Evangelio propuesto,

la figura se desvaneció después de transmitir su fuerza a la realidad;

y la Ley finalizó después de transmitir su fuerza al Evangelio. Al

modo que la figura se desvanece después de transmitir la imagen a

la realidad verdadera, y h parábola se desvanece al ser iluminada por

la interpretación, (43) así también la Ley fue culminada en su

función una vez que el Evangelio fue puesto en luz, y el pueblo se

desvaneció una vez que fue erigida la Iglesia, y la figura fue disuelta

una vez que el Señor se manifestó, y hoy lo que otrora era valioso se

ha devaluado una vez que se ha manifestado lo que es valioso por

naturaleza.

(44) Porque preciosa fue entonces la inmolación de la oveja, pero

ahora sin valor a causa de la vida del Señor; preciosa la muerte de la

oveja, pero ahora sin valor a causa de la salvación del Señor;

preciosa la sangre de la oveja, pero ahora sin valor a causa del

espíritu del Señor; precioso el cordero mudo, pero ahora sin valor a

causa del Hijo irreprochable; precioso el templo de abajo pero ahora

sin valor a causa del Cristo de lo alto; (45) preciosa la Jerusalén de

abajo, pero ahora sin valor a causa de la Jerusalén de arriba;

preciosa la herencia corta, pero ahora sin valor a causa de la gracia

amplia.

Porque no hay ni un solo lugar ni un pequeño fragmento de tierra

en el que la gloria de Dios no se haya establecido, sino que a todos

los confines de la tierra se ha expandido la gracia divina, y allí ha

plantado su tienda el Dios omnipotente; por Jesucristo, que tiene la

gloria por los siglos. Amén.

B) La estructura de la salvación

(46) Han escuchado la explicación de la prefiguración y de su

correspondencia; escuchad también la estructura del misterio.

¿Qué es la pascua? El vocablo proviene en efecto de lo que ha

sucedido: de «pazein» (= haber sufrido) viene «pásjeien» (celebrar

la pascua). Aprenden, pues, quién es (47) el paciente, y por qué el

Señor aparece sobre la tierra; para que, una vez revestido del que

sufre lo eleve hacia las alturas de los cielos.

1) El pecado en Edén y sus consecuencias, causa de la pasión de

Cristo

Dios, habiendo hecho al principio por el Verbo el cielo y la tierra

a y todo cuanto en ellos hay, configuró al hombre de la tierra y en

esta forma le infundió un sople vital (cf. Gn 1,1; 2,4-7; Sb 9,1; Sal

32,6; Jn 1,3). Lo colocó en el paraíso, hacia el Este, en Edén, para

ser feliz (Gn 2,8). Como ley le propuso este mandamiento: «De todo

árbol del paraíso comerán para (su) sustento, pero del árbol del

conocimiento del bien y del mal no comerán, pues el día en que

comieren, morirán (Gn 2,16-17).

Siendo el hombre por naturaleza capaz para el bien y para el mal,

(como bola de tierra para semillas de dos caras), escuchó el consejo

enemigo y voraz y, habiendo tocado el árbol, transgredió el mandato

y desobedeció a Dios. Fue arrojado en consecuencia a este mundo

como a una cárcel de condenados (cf. Gn 3; Mt 13,24-30).

Después que se hizo prolífico y avanzado en años, y habiendo

retornado a la tierra por haber gustado del árbol, dejó a sus hijos una

herencia (cf. Gn 2,17. 25; 3,16 ss.; 4,1). En efecto, dejó en herencia

a sus hijos: no castidad, sino impudor, no incorruptibilidad, sino

corruptibilidad, no honor, sino deshonor, no libertad, sino

esclavitud, no realeza, sino tiranía, no vida, sino muerte, no

salvación, sino perdición.

(50) Inédita y terrible vino a ser efectivamente la perdición de los

hombres sobre la tierra. Pues he aquí lo que les ocurrió: eran

arrastrados por el pecado tiránico y empujados hacia los ámbitos de

las pasiones, donde quedaban inundados por los placeres

insaciables: por el adulterio por la fornicación por la impudicia, por

el mal deseo, por la avaricia, por los homicidios, por la efusión de

sangre, por la tiranía de la maldad, por la tiranía contraria a las

leyes.

(51) En efecto, el padre sacó la espada contra su hijo, y el hijo alzó

la mano contra el padre, y el impío golpeó los pechos lactantes, y el

hermano mató al hermano, y el huésped hizo injusticia al huésped, y

el amigo asesinó al amigo, y el hombre degolló al hombre, con

mano tiránica.

Todos, pues, sobre la tierra vinieron a ser; unos, asesinos; otros,

fratricidas; otros, parricidas; otros en fin infanticidas.

Se registró, empero, algo más terrible e inaudito: una madre tocó

las carnes que ella había engendrado, tocó a quienes había

alimentado a sus pechos, y tragó en sus entrañas al fruto de sus

entrañas, y la desventurada madre se convirtió en horrible tumba, al

haber devorado al hijo que portara en su seno (cf. Dt 28,53-57).

(52) Todos, pues, sobre la tierra vinieron a ser; unos, asesinos; otros,

fratricidas; otros, parricidas; otros en fin infanticidas.

Se registró, empero, algo más terrible e inaudito: una madre tocó las

carnes que ella había engendrado, tocó a quienes había alimentado a

sus pechos, y tragó en sus entrañas al fruto de sus entrañas, y la

desventurada madre se convirtió en horrible tumba, al haber

devorado al hijo que portara en su seno (cf. Dt 28,53-57).

(53) ¡No proseguiré! Pero otras muchas cosas extrañas se registraron

más terribles y más impúdicas entre los hombres.

Un padre (codiciaba) el lecho de su hija, un hijo el de su madre, un

hermano el de su hermana, un hombre el de otro hombre, y «cada

uno codiciaba la mujer de su vecino» (cf. Jr 5,8).

(54) De esto se regocijaba el pecado. Siendo el colaborador de la

muerte, se iba introduciendo el primero en las almas de los hombres

y le iba preparando como pasto los cuerpos de los muertos. En toda

alma el pecado imprimía su huella y en cuantos la imprimiera debía

producirse el final.

(55) Toda carne, pues, iba cayendo bajo el pecado, y todo cuerpo

bajo la muerte, y toda alma era expulsada de su morada corporal, y

lo que de la tierra había sido tomado a la tierra se iba reduciendo, y

lo que había sido donado procedente de Dios se hundía en el Hades,

y la disolución de la bella armonía se iba produciendo, y

disgregándose el hermoso cuerpo.

(56) Porque el hombre estaba dividido por la muerte. En efecto, un

infortunio y una captura extraña lo cercaban. Era arrastrado cautivo

por las sombras de la muerte, la imagen del Padre yacía solitaria.

Por esta causa el misterio de la pascua se ha realizado a plenitud en

el cuerpo del Señor.

2) Prefiguración y anuncio de la pasión de Cristo, de aquel

«que compadece», en la Ley y en los profetas

(57) Pero ya el Señor previamente había dispuesto sus propios

sufrimientos en los patriarcas y en los profetas y en todo el pueblo,

habiéndolos marcado como con un sello por la Ley y por los

profetas (cf. Lc 24,25-27; Hch 3,18; 8,32-35; 17,2). Porque lo que

había de suceder de una manera tan nueva y grandiosa, esto

precisamente ha sido preparado mucho tiempo antes para que

cuando se realizara, obtuviera crédito por haber sido prefigurado

con mucha antelación.

(58) Así también el misterio del Señor -que había sido prefigurado

mucho tiempo antes, y hecho visible hoy- obtiene su crédito porque

ha sido cumplido, aunque es considerado nuevo para los hombres.

En efecto, antiguo y nuevo es el misterio del Señor: antiguo por la

figura, nuevo por la gracia. Pero si diriges tu mirada hacia estas

figuras verás la verdad a través de su realización.

(59) Pues si quieres que el misterio del Señor aparezca, dirige tu

mirada hacia Abel similarmente matado (cf. Gn 4,8), hacia Isaac

similarmente atado (cf. Gn 22,9), hacia José similarmente vendido

(cf. Gn 37,28), hacia Moisés similarmente abandonado (cf. Ex 2,3),

hacia David similarmente perseguido (cf. 1 S 18,6-11. 19-31), hacía

los profetas similarmente sufrientes por causa de Cristo (cf. Mt

5,12; 23,31).

(60) Dirige tu mirada también hacia la oveja que fue inmolada en

Egipto, hacia aquél que hirió a Egipto y que salvó a Israel por la

sangre (cf. Ex 12,3 ss.).

(61) Además, también por la voz de los profetas ha sido anunciado

el misterio del Señor. En efecto, Moisés n dice al pueblo: «Verán su

vida suspendida ante sus ojos, noche y día, y no creerán en ella» (Dt

28,66).

(62) Y David, a su vez, dice: «¿Para qué se amotinaron las naciones

y los pueblos tramaron vanos proyectos? Se pusieron en marcha los

reyes de la tierra y los príncipes se confabularon contra el Señor y

contra su Ungido» (Sal 2,1-2).

(63) Y Jeremías: «Yo (soy) como cordero inocente conducido para

ser inmolado. Maquinaron contra mí maldades diciendo: ¡Ea!

metámosle madera en su pan, y extirpémoslo de la tierra de los

vivientes, y su nombre ciertamente no será recordado» (Jr 11,19).

(64) Isaías por su parte: «Ha sido conducido como una oveja al

matadero, y como cordero sin voz delante del que lo trasquilaba, Él

no abre su boca. Su generación ¿quién la narrará?» (Is 53,7-8).

(65) Otras muchas cosas han sido anunciadas por numerosos

profetas en vistas al misterio de la pascua, que es Cristo, a quién la

gloria por los siglos. Amén.

3) La realización en la Encarnación y la Pasión

(66) Este es quien, una vez bajado de los cielos a la tierra por el que

sufre, y habiéndose revestido de este mismo mediante un seno

virgen, y habiendo salido, asumió los padecimientos del que sufre a

través de un cuerpo capaz de sufrir y destruyó los sufrimientos de la

carne; con su espíritu incapaz de morir mató a la muerte homicida.

(67) Él es, en efecto, quien por haber sido conducido como un

cordero e inmolado como una oveja, nos libró de la servidumbre del

mundo como de la tierra de Egipto, nos desató los lazos de la

esclavitud del demonio como de la mano del faraón, y selló nuestras

almas con su propio Espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con

su propia sangre.

(68) Él es el que cubrió la muerte de vergüenza y quien enlutó al

diablo, como Moisés al faraón. Él es quien golpeó la iniquidad y

quien privó de descendencia a la injusticia como Moisés a Egipto.

El es quien nos arrancó de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas

a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al reino eterno, y quien

nos constituyó en sacerdocio nuevo y en pueblo elegido y eterno.

(69) Él es la pascua de nuestra salvación (cf. 1 Co 5,7). Él es quien

soporta mucho en muchos. Él es quien fue matado en Abel (cf. Gn

4,8), atado en Isaac (cf. Gn 22,9), mercenario en Jacob (cf. Gn 28,1

ss.), vendido en José (cf. Gn 37,28), abandonado en Moisés (cf. Ex

2,3), inmolado en el cordero (cf. Ex 12,1-28), perseguido en David

(cf. 1 S 18,6-11. 19-31; 2 S 15,13 ss.), y deshonrado en los profetas

(cf. Mt 5,12; 23,29-35; Hch 7,52).

(70) Él es quien se hizo carne en una virgen (cf. Is 7,14; Mt 1,23.

25; Lc 1,31), quien fue colgado en un madero, quien fue sepultado

en tierra, quien resucitó de entre los muertos, quien fue elevado a las

alturas de los cielos.

(71) Él es el cordero sin voz, Él es el cordero degollado, Él es el

nacido de María, la buena cordera, Él es el elegido del rebaño, el

arrastrado a la inmolación, el sacrificado al atardecer, el sepultado al

anochecer, el que no fue triturado sobre el madero, el que no se

corrompió en la tierra, el que resucitó de entre los muertos y el que

resucitó al hombre del fondo de la tumba.

II) Negativa de Israel. Reproches

(72) Él es quien fue muerto. Y ¿dónde fue muerto? En medio de

Jerusalén. ¿Por qué? Porque curó a los lisiados, porque limpió a los

leprosos, porque condujo los ciegos a la luz, porque resucitó a los

muertos. Por esto padeció.

Está escrito en algún lugar de la Ley y de los Profetas: «Me han

devuelto males por bienes y han puesto en abandono mi alma,

habiendo maquinado contra mí malamente diciendo: Atemos al

justo, porque nos resulta embarazoso» (Sal 34,12; Is 3,10).

a) El Crimen inaudito

(73) ¿Por qué Israel, has cometido este crimen inaudito?

Deshonraste a quien te honró, despreciaste a quien te apreció,

renegaste de quien te confesó, repudiaste a quien te proclamó,

asesinaste a quien te dio la vida. ¿Qué has hecho, Israel? ¿O no se

ha escrito para ti: «No verterás la sangre inocente, no sea que

mueras miserablemente» (Jr 7,6; 22,3)?

Yo, en efecto, dice Israel, maté al Señor ¿Por qué? Porque convenía

que él sufriera. Te has equivocado, Israel, elaborando tales sofismas

sobre la inmolación del Señor.

(75) Convenía que Él padeciese, pero no por tu incumbencia,

convenía que Él fuese deshonrado, pero no por ti, convenía que Él

fuese juzgado, pero no por ti, convenía que fuera suspendido, pero

no por tu mano.

(76) He aquí, Israel, las palabras que hubieras debido decir a Dios:

«Oh Señor, si convenía que tu Hijo padeciese y es esta tu voluntad,

padezca, pero no bajo mi incumbencia, padezca a manos de

hombres de otras razas, sea juzgado por los incircuncisos. Sea

clavado por una mano tirana, pero no por mi» (cf. Mt 26,42; Jn

18,31; 19,6s.; Mt 12,9-13).

(77) Pero tú, Israel, no dijiste esto a Dios, ni te has purificado ante

el Señor, ni te has intimidado por sus obras.

(78) No te han intimidado la mano desecada que se volvió sana para

el cuerpo (cf. Mt 12,9-12), ni los ojos de los enfermos reabiertos por

su mano (cf. Mt 9,27-31; 11,5), ni los cuerpos paralizados

enderezados por su voz (cf. Lc 5,18-26), ni te ha intimidado el más

inaudito milagro, un hombre muerto resucitado del sepulcro después

de cuatro días (cf. Jn 11,1-44).

(79) Por el contrario, tú desdeñaste todo esto. Cuando la inmolación

del Señor al atardecer preparaste clavos puntiagudos y falsos

testigos, cuerdas, látigos, vinagre, hiel, espada y aflicción como para

un bandido sanguinario. Porque habiendo dado látigos a su cuerpo y

espinas a su cabeza, ataste también sus preciosas manos, que te

configuraron de la tierra, y diste de beber hiel a su preciosa boca

que te había infundido la vida (cf. Mt 27,26 ss.; Jn 19,2; Sal 68,22),

y enviaste a la muerte al Señor el día de la Gran Fiesta.

(80) Tú estabas en deleites, Él en cambio hambriento. Tú bebías

vino y comías pan, Él en cambio vinagre y hiel. Tú estabas radiante

en tu rostro, Él en cambio mustio. Tú estabas regocijándote, Él en

cambio afligido. Tú entonabas salmos, Él en cambio estaba siendo

condenado. Tú dabas órdenes, Él en cambio estaba clavado. Tú

danzabas, Él en cambio estaba sepultado. Tú estabas reclinado sobre

blando lecho, Él en cambio en una tumba y en un ataúd.

b) Injusticia e ingratitud de Israel

(81) ¡Oh Israel criminal! ¿Y por qué has cometido esta injusticia

inaudita de precipitar a tu Señor en sufrimientos sin nombre, a tu

Dueño, a quien te formó, a quien te creó, a quien te honró, a quien

te llamó Israel? (cf. Mi 6,3-4).

(82) Tú, en cambio, no has sido encontrado «Israel», porque tú no

has visto a Dios (cf. Gn 32,31; 35,10); tú no has reconocido al

Señor; tú no has sabido, oh Israel, que éste es el Primogénito de

Dios (cf. Hb 1,6), el que fue engendrado antes del lucero del alba, el

que hizo surgir la luz, el que hizo brillar el día, el que separó las

tinieblas, el que fijó un primer límite, el que suspendió la tierra, el

que desecó el abismo, el que desplegó el firmamento, el que

organizó el mundo, (83) el que combinó los astros en el cielo, el que

hizo brillar los luceros (cf. Gn 1,2 ss.; Sal 135,6-9), el que creó los

ángeles en el cielo, el que allí fijó los tronos (cf. Col 1,16), el que

modeló al hombre sobre la tierra (cf. Gn 2,7).

Éste es el que te acogió, el que te guió, de Adán a Noé, de Noé a

Abrahán, de Abrahán a Isaac y Jacob y a los doce Patriarcas.

(84) Éste es el que te condujo a Egipto, el que te protegió, el que allí

te alimentó con solicitud. Este es el que te iluminó con una columna

de fuego, y el que te cubrió con una nube, el que abrió el mar Rojo,

y el que te condujo a través de él, y el que dispersó a tu enemigo (Ex

12 ss.).

(85) Éste es el que te dio el maná desde el cielo, el que te dio de

beber de una roca, el que te dio la Ley en el Horeb, el que te dio en

herencia la tierra (prometida) [cf. Ex 16 ss.], el que te envió los

profetas, el que suscitó tus reyes.

(86) Éste es el que viene a ti, el que alivió a los tuyos que padecían,

el que resucitó tus muertos. Éste es contra el que tú te comportaste

impíamente, Éste es contra el que tú te comportaste injustamente,

Éste es a quien tú asesinaste, Éste es a quien tú ajustaste por unas

monedas de plata, después de haber exigido de él los didracmas por

su cabeza (cf. Mt 26,14-15; Mt 17,24-27).

c) Alegato contra Israel

(87) ¡Oh ingrato Israel, ven aquí y sé juzgado en mí presencia de tu

ingratitud! (cf. Jr 2,4-13). ¿Cuánto has estimado su dirección?

¿Cuánto has estimado la elección de tus padres? (cf. Gn 12,1 ss.).

¿Cuánto has estimado el descenso de Egipto y la subsistencia allí

gracias al buen José? (cf. Gn 37-48). ¿Cuánto has estimado las diez

plagas? (cf. Ex 7,14—12,36). ¿Cuánto has estimado la columna (de

fuego) nocturna y la nube diurna y el paso del mar Rojo? ¿Cuánto

has estimado el don del maná del cielo y la provisión de agua

brotando de la roca y la promulgación de la Ley en Horeb y la

herencia ele la tierra, y los dones de allí? (cf. Ex 13 ss.; Jos 11,23;

Sal 77,55; 135,21s.).

(89) ¿Cuánto has estimado a los pacientes a quienes Él curó estando

presente? ¡Tenme en estima, pues, la mano seca que Él restituyó al

cuero!

(90) ¡Tenme en estima a los ciegos de nacimiento a quienes Él, con

una palabra, volvió a la luz! ¡Tenme en estima a los muertos

sepultados, a quienes Él resucitó de la tumba teniendo ya tres o

cuatro días! (cf. Mt 9,27 ss.; 11,5; 15,30; Jn 9,1 ss.; 11,1 ss.).

Inapreciables son los dones que Él te ha hecho. Y tú, lejos de

honrarlo, no le has testimoniado a cambio sino ingratitud:

devolviéndole mal por bien y aflicción por alegría y muerte por

vida, (91) [a Él] por quien hubiera convenido incluso que tú

murieras.

d) Los paganos lo tratan mejor

Porque sí el rey de una nación es capturado por los enemigos, por

él se emprende una guerra, por él se rompe un muro, por él se

destruye un pueblo, por él se envían rescates, por él se despachan

embajadas a fin de ser recuperado, a fin de que o sea devuelto a la

vida o, si ha muerto, sea sepultado.

(92) Tú por el contrario llevaste el voto contra tu Señor. En efecto,

Aquel ante quien las naciones se prosternaban, y los incircuncisos

admiraban, y los extranjeros glorificaban, por el que el propio Pilato

se lavó las manos (cf. Mt 27,24), a Éste has matado en la Gran

Fiesta.

e) Las hierbas amargas, figura del castigo de Israel

(93) He aquí, pues, por qué la fiesta de los ácimos te es amarga,

según está escrito para ti: «Comerás los ácimos con hierbas

amargas» (Ex 12,8). Amargos para ti los clavos que tú afilaste,

amarga, para ti la lengua que tú aguzaste, amargos para ti los falsos

testimonios que presentaste, amargas para ti las cuerdas que

preparaste, amargos para ti los látigos que entretejiste, amargo para

ti Judas a quien pagaste a sueldo, amargo para ti Herodes a quien

obedeciste, amargo para ti Caifás de quien te fiaste, amarga para ti

la hiel que preparaste, amargo para ti el vinagre que cultivaste,

amarga para ti la espina que recogiste, amargas para ti las manos

que ensangrentaste. Mataste a tu Señor en medio de Jerusalén.

f) Invitación a las naciones para contemplar la muerte de Cristo

(94) Escuchen todas las familias de los pueblos y vean: Un

homicidio inaudito ha tenido lugar en medio de Jerusalén, en la

ciudad de la Ley, en la ciudad de los hebreos, en la ciudad de los

profetas, en la ciudad considerada justa, ¿Y quién ha sido

asesinado? ¿Y quién es el asesino? Me avergüenzo de decirlo, pero

me siento obligado a hablar. Si el homicidio hubiera acaecido de

noche o si la matanza hubiera sucedido en desierto, cómodo sería

callar; ahora bien, en medio de la plaza y de la ciudad, en medio de

la ciudad, a la vista de todos, allí se perpetró la muerte injusta del

Justo.

(95) Y así es elevado sobre un madero y se pone una inscripción

delante señalando al asesinado (cf. Jn 19,9s.; Mc 15,26). ¿Quién es

éste? Cosa dura de decir, pero no decirlo es cosa mucho más

temible. Pero escuchad temblando en presencia de aquel por quien

la tierra tiembla.

(96) El que suspendió la tierra es suspendido en alto, el que fijó los

cielos es fijado (en la cruz), el que consolidó todo es retenido sobre

el madero, el que es dueño de todo es ultrajado, Dios ha sido

asesinado. El rey de Israel ha sido descartado por una mano

israelita.

(97) ¡Oh asesinato inaudito! ¡Oh injusticia jamás vista! El Señor ha

cambiado en su aspecto, desnudo su cuerpo, y ni siquiera ha sido

juzgado digno de un vestido que impidiera su visión. Por eso los

astros se trastornaron y el día se oscureció con ellos para ocultar al

que estaba desnudo sobre el madero, para ensombrecer no el cuerpo

del Señor, sino los ojos de estos hombres.

(98) En efecto, no temblando el pueblo, tembló la tierra; no

sobrecogido de terror el pueblo, se sobrecogieron los cielos; no

desgarrando el pueblo sus vestidos, el ángel se desgarró; no

lamentándose el pueblo, «el Señor tronó desde el cielo y el Altísimo

dio una voz» (Sal 17,14).

g) La actitud de Israel, prueba de su rechazo

(99) He aquí por qué Israel, delante del Señor no temblaste, delante

del Señor no te atemorizaste, delante del Señor no te lamentaste,

delante de tus primogénitos lanzaste gritos de dolor, delante del

Señor colgado tú no te desgarraste, delante de los tuyos asesinados

te desgarraste.

Abandonaste al Señor, no fuiste encontrado por Él. Aniquilaste al

Señor, fuiste atropellado por tierra.

(100) Y tú yaces muerto; y mientras que Él resucitó de entre los

muertos y subió a lo más alto de los cielos (cf. Mc 16,19; Hch 1,2.

11. 22; Rm 8,34).

Epílogo

a) Triunfo de Cristo resucitado

Como Señor, que habiendo revestido al hombre, y habiendo sufrido

a causa del que sufría, y habiendo sido atado a causa del que estaba

detenido, y habiendo sido juzgado a causa del culpable, y habiendo

sido sepultado a causa del que estaba sepultado, (101) resucitó de

entre los muertos y profirió en voz alta: «“¿Quién disputará contra

mí? ¡Que se ponga frente a mí!” (Is 50,8-9; cf. Mi 6,1 ss.). A Yo que

he rescatado al condenado a; Yo que he vivificado la muerte; Yo

que he resucitado al sepultado.¿Quién es mi contradictor?».

(102) «Yo, dice él, el Cristo, Yo, el que destruí la muerte, y triunfé

del enemigo, y pisoteé el infierno, y amordacé al fuerte, y arrebaté al

hombre a las cumbres de los cielos. Yo, dice, el Cristo».

b) Llamada a las naciones para recibir el perdón de los pecados

(103) «Vengan, pues, todas las familias de los hombres amasadas en

pecado y reciban el perdón de los pecados. Porque yo soy su perdón,

yo la pascua de la salvación, yo el cordero inmolado por ustedes, yo

su rescate, yo su vida, yo su resurrección, yo su luz, yo su salvación,

yo su rey. Yo los conduzco hasta las cumbres de los cielos. Yo les

mostraré al Padre que existe desde los siglos. Yo los resucitaré por

mi diestra».

c) Apoteosis final de Cristo, Creador, Salvador, Juez y Dios

(104) Éste es el que hizo el cielo y la tierra, el que formó al

principio al hombre, el que fue anunciado por la Ley y los profetas,

el que se encarnó en una Virgen, el que fue colgado en un madero,

el que fue sepultado en tierra, el que resucitó de entre los muertos, el

que subió a las alturas de los cielos, el que está sentado a la derecha

del Padre, el que tiene el poder de juzgar y de salvar todo, por quien

el Padre hizo cuanto existe desde el principio hasta los siglos.

(105) Éste es «el Alfa y la Omega» (Ap 1,8; 21,6; 22,13), este es «el

principio y el fin» (Ap 21,6; 22,13), principio inexplicable y fin

incomprensible.

«Éste es el Cristo» (Jn 7,26. 41; Hch 9,22), éste es el rey, éste es

Jesús! Éste es el estratega, éste es el Señor, éste es el que resucitó de

entre los muertos, éste es el que está sentado a la derecha del Padre,

Él lleva al Padre y es llevado por el Padre, «a Él la gloria y el poder

por los siglos. Amén» (Ap 1,6).

[Paz a quien escribió y a quien leyó y a quienes aman al Señor en

simplicidad de corazón]

***



Nota: Sesigue la edición, pero con ciertas variantes, y traducción castellana, de J. Ibáñez Ibáñez y F. Mendoza Ruiz, Melitón de Sardes. Homilía sobre la Pascua, Pamplona, Eds. Universidad de Navarra, 1975, pp. 142 ss. (Biblioteca de Teología). Cf. asimismo la ed. de O. Perler en la colección de Sources chrétiennes, n. 123, Paris 1966, pp. 60 ss


Fuentes: La traducción de este libro fue tomada del sitio: http://www.abadialostoldos.org/ del Monasterio Benedictino
Santa Maria de los Toldos. Wikipedia la enciclopedia libre.



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