¿Estas Enfermo? Por John Charles Ryle (1816-1900)

Tomado de la obra titulada "El Secreto de la Vida Cristiana" de John Charles Ryle (1816-1900) Obispo Anglicano Evangélico ingles 
















¿Estas Enfermo? Por J.C Ryle

El que amas está enfermo.» (Juan 11 :3)


Este versículo ha sido tomado de un capítulo muy conocido por todos los lectores de la Biblia. En viveza descriptiva, interés arrebatador y simpleza sublime, este capítulo no admite comparación posible con ningún otro escrito. Una narración como esta, para mí constituye una de las pruebas más convincentes de la inspiración de la Biblia. Cuando leo la historia de Betania siento "que hay algo allí que el incrédulo jamás podrá explicarse; y es que hay allí nada menos que el dedo de Dios".

Las palabras de este versículo son particularmente instructivas y conmovedoras. Encierran el mensaje que Marta y María enviaron a Jesús cuando su hermano, Lázaro, estaba enfermo: "Señor, he aquí el que amas está enfermo".

El mensaje era corto y simple; pero profundamente sugestivo. Daos cuenta de la fe sencilla de estas mujeres. En la hora de la necesidad, al igual que el niño asustado acude a la madre, recurrieron al Señor Jesús. Acudieron a Él como al Pastor de sus almas, el Amigo todopoderoso, el Hermano nacido para librarles de la adversidad. El temperamento de las dos hermanas era completamente distinto, pero en este asunto las dos coincidían : Cristo era el único que podía ayudarlas en aquellos momentos de dificultad. Cristo era su refugio. ¡Bienaventurados todos aquellos que hacen lo mismo!

Notad el lenguaje sencillo que emplearon para referirse a Lázaro: "El que amas". No dijeron: "El que te ama, te cree y te sirve", sino "El que Tú amas". Marta y María  habían sido enseñadas de Dios. Habían aprendido que el amor de Cristo hacia nosotros y no nuestro amor hacia Él es el verdadero fundamento de la esperanza. ¡Bienaventurados todos los que han sido enseñados de la misma manera ! Cuando nos paramos a considerar el amor que pueda haber en nosotros hacia Cristo, sentimos dolor y pena ; pero cuando pensamos en el amor que Cristo tiene hacia nosotros, ¡ah, entonces, qué paz invade nuestros corazones!

En último lugar, considerad las circunstancias conmovedoras que motivaron el mensaje de Marta y María: "El que amas está enfermo". Lázaro era un hombre bueno, convertido, creyente, regenerado, santificado, un amigo de Jesús, un heredero de la gloria; sin embargo, estaba enfermo. Por consiguiente el hecho de que un creyente esté enfermo no es señal de que Dios esté disgustado con el. El propósito por el cual Dios permite las enfermedades en sus hijos no es para maldición, sino para bendición. "Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados". "Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (Romanos 8:28; 1 Corintios 3 :22-23). ¡Bienaventurados, digo de nuevo, los que han aprendido esto! Felices aquellos que en la hora de la enfermedad pueden decir: "Viene de Dios; todo irá bien."

Deseo llamar la atención del lector al tema de la enfermedad. La enfermedad abunda y con frecuencia debemos experimentarla en nosotros; no podemos evitarla. No necesitamos del ojo del profeta para convencernos de que a todos nos llegará~ si es que todavía no nos ha llegado. "En medio de la vida estamos en la muerte". Como creyentes, estudiemos, pues, este tema, y que el Señor nos de sabiduría para hacerlo.


I. - El predominio universal de la enfermedad.

No es necesario que me extienda mucho sobre este tema; la elaboración del mismo no sería más que una multiplicación innecesaria de pruebas sobre algo que para todos es más que evidente. Con todo, sirvan estas reflexiones: La enfermedad se encuentra en todas partes: en Europa, en Asia, en Africa, en América ; en los países cálidos y en los pases fríos; en las naciones civilizadas y también entre las tribus salvajes; tanto los hombres como las mujeres y los niños enferman y mueren. La enfermedad se da en todas las clases sociales y también entre los cristianos ; la gracia no eleva al creyente al plano de la salud perfecta. El dinero no puede comprar la inmunidad a las enfermedades; el rango tampoco puede evitar sus asaltos. Los reyes y los súbditos, eruditos e ignorantes, maestros y sabios, doctores y pacientes, pastores y congregaciones, todos sin excepción caen a los pies de este adversario. "Las riquezas del rico son su ciudad fortificada" (Proverbios 18:11); a la casa del inglés se la llama "su castillo", pero no hay puerta ni barras que puedan mantener fuera a la enfermedad y la muerte.

Hay enfermedades de cualquier clase y descripción. Desde la planta del pie hasta la cabeza, estamos predispuestos a cualquier enfermedad; y la capacidad de sufrimiento que tiene el hombre es algo verdaderamente triste de contemplar. ¿Quién puede contar el número de dolencias que asaltan el cuerpo humano? "¡Qué maravilloso que un arpa de mil cuerdas esté a tono por tantos años!". ::\fe maravilla más que el hombre viva tanto, que el hecho de que su vida sea tan corta. A menudo la enfermedad es una de las pruebas más angustiosas y humillantes que pueden sobrevenir al hombre. Puede tornar el vigor del hombre fuerte a un nivel inferior al del niño y hacer que, para él, "el peso de la langosta sea una carga" (Eclesiastés 12:5). Puede dejar sin nervio al más atrevido y valiente, y que tiemble al caer una aguja. El cuerpo humano está maravillosamente formado y diseñado. (Salmo 139:14). La relación entre la mente y el cuerpo es en verdad íntima, y la influencia que algunas enfermedades pueden tener sobre el temperamento y el estado de ánimo es inmensa. Hay dolencias del cerebro, del hígado y de los nervios que de tal modo pueden repercutir en el organismo, como para transformar una mente salomónica a un nivel no superior al de un infante. Quien desee saber a qué profundidades la enfermedad puede humillar al mortal, sólo tiene que cuidar por poco tiempo a algunos enfermos. La enfermedad, tarde o temprano, pondrá fin a nuestra vida. La duración de la vida puede prolongarse, y ello gracias a la habilidad de los médicos y los nuevos remedios y medicamentos. Pero a pesar de todo, la enfermedad vendrá y con ella la muerte. "Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo su fortaleza es molestia y trabajo porque pronto pasan  y volamos" (Salmo 90:10). Este testimonio es verdadero; ya era así hace más de 3.000 años, y es así aún hoy en día. ¿Qué aprendemos de este hecho indiscutible del predominio universal de la enfermedad? ¿Qué explicación podemos darle? ¿A qué se debe? ¿Qué respuesta daremos a nuestros hijos cuando nos interroguen sobre el porqué la gente enferma y muere? Estas preguntas son importantes, y requieren nuestra consideración. ¿Podemos suponer que Dios creó al hombre con una naturaleza predispuesta a la dolencia y la enfermedad? ¿Podemos imaginar que Aquél que creó un universo de tanto orden, fuera también el creador de sufrimientos y dolor innecesarios? ¿Podemos pensar que Aquel que hizo las cosas ''buenas en gran manera" creara la raza de Adam de tal manera como para que enfermara y muriera? Tal suposición me subleva. Y es que introduce una gran imperfección en el seno de las obras perfectas de Dios. Debe haber otra solución, otra explicación, que aclare el problema. La única explicación que me puede satisfacer es la que nos ofrece la Biblia. Algo se introdujo en el mundo que ha destronado al hombre de la posición en que fue creado y le ha privado de sus privilegios originales. Algo ha venido en este mundo que, como si fuera un puñado de gravilla arrojado en los engranajes de una máquina, ha dañado el perfecto orden de la creación de Dios. ¿Y qué es es este algo. Es el pecado. "El pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte" (Romanos 5:12). El pecado es la causa de toda enfermedad y de toda dolencia, corno de todo sufrimiento. Todas estas cosas son parte de la maldición que cayó sobre el mundo cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido. No habría enfermedad de no haber habido caída; no habría dolencias, de no haber entrado el pecado. No hay posición más insostenible y carente de fundamento que la del ateo, deísta, o de todo aquel que no cree en la Biblia. Con pleno conocimiento de causa me atrevo a decir que se requiere más fe para creer lo que creen éstos que para creer lo que creen los cristianos. Hay una serie de hechos e interrogantes en la creación, que sólo la Biblia puede explicar, y de ellos uno de los más notables es el del predominio universal del dolor, el sufrimiento y la enfermedad.

Para resumir, podemos decir que el funcionamiento y constitución del cuerpo humano constituye una dificultad insuperable para los ateos y los deístas. Según el ateo, no hay Dios, ni Creador, ni Primera Causa; la realidad se explica por mera contingencia. ¿Podemos seriamente aceptar esta doctrina? ¿No será mejor llevar al ateo a una de nuestras escuelas de anatomía, y pedirle que estudie la maravillosa estructura del cuerpo humano? Mostradle la incomparable habilidad con que cada articulación: vena, músculo, tendón, nervio, hueso y extremidad ha sido diseñada. Mostradle la adaptación perfecta de cada miembro del cuerpo al fin asignado. Mostradle el sinfín de medios por los cuales el organismo hace frente al cansancio y al desgaste corporal, y de qué manera suple las pérdidas diarias de energía. Y una vez visto todo esto, preguntadle si todavía cree que todo este mecanismo tan maravilloso es resultado de una mera casualidad y fruto de una mera contingencia. Preguntadle si todo nuestro complicado organismo se originó por accidente. Preguntadle si piensa lo mismo del reloj que usa, el pan que come y el abrigo que lleva. ¡Oh, no..! Todo esto presupone un Diseñador, un Ordenador. Hay Dios. Los deístas profesan creer en Dios, creador de todas las cosas, pero no creen en la Biblia. El credo de los deístas es este: "Creemos en Dios, pero no en la Biblia; en un Creador, pero no en el cristianismo". Muy bien; tomad a este deísta y llevadle a un hospital y mostradle algunos casos terribles de enfermedad. Llevadle junto al lecho de un tierno infante, que apenas puede distinguir entre lo bueno y lo malo y que está afectado de un cáncer incurable. Enviadle a la sala donde una buena madre de muchos hijos está en la última etapa de una dolencia terriblemente dolorosa. Mostradle los desgarradores sufrimientos y dolores que la carne hereda, y pedidle que os dé una explicación. A este hombre que cree en la existencia de un Dios sabio, Creador de todo lo que existe, pero que no cree en la Biblia, preguntadle como se justifica la presencia de tanto desorden e imperfección en la creación, de un Dios perfecto. A este hombre, que se burla de la teología cristiana, y es tan sabio como para negar la caída de Adam, pedidle que nos explique por qué la enfermedad y el dolor prevalecen universalmente en el mundo. Pero por mucho que preguntéis todo será en vano; no podrá daros ninguna respuesta favorable. En el sistema deísta la enfermedad y el dolor constituye un obstáculo insuperable.

El hombre ha pecado; he aquí por qué sufre. Por la caída de Adam, sus descendientes enferman y mueren. El hecho de que la enfermedad es de predominio universal  constituye una de las muchas evidencias indirectas de la veracidad de la Biblia. La Biblia explica el porqué. La Biblia da la razón por la cual hay sufrimiento y enfermedad en el mundo. Ninguna otra religión puede hacer esto; no pueden darnos la causa del dolor y la miseria. La Biblia decididamente proclama el que el hombre es una criatura caída, y como resultado de esta caída, el dolor, el sufrimiento y la enfermedad, vinieron al mundo. Pero la Biblia también proclama el remedio y la salvación que pueden rescatar al hombre de la caída y sus consecuencias. La Biblia viene de Dios; el cristianismo es revelación del cielo. "Tu Palabra es verdad" (Juan 17:17).

II. - Los beneficios generales que la enfermedad confiere a la humanidad.

Quiero hacer notar que la palabra beneficio la uso con conocimiento de causa, y deseo que se entienda bien en qué sentido la uso. Para algunas personas la enfermedad constituye uno de los puntos débiles en la creación y gobierno del mundo por parte de Dios; y las mentes escépticas se preguntan: ¿Cómo puede ser Dios un Dios de amor, si permite el dolor? ¿Cómo puede ser un Dios de misericordia, si permite la enfermedad? Bien podría Dios evitar el dolor y la enfermedad; pero no lo hace. ¿Cómo puede esto entenderse?" Estas son las reflexiones que a menudo se hace el hombre. A los que razonan de esta manera debo contestar diciéndoles que sus dudas y objeciones no tienen nada de razonables. Por el mismo motivo podrían dudar de la existencia de un Creador por cuanto el orden del universo se ve perturbado por terremotos, huracanes y temporales; y de la providencia de Dios como resultado de los muchos genocidios que registra la historia. A quienes les resulte imposible reconciliar el predominio de la enfermedad y del dolor con el amor de Dios, les invito a que observen lo que ocurre a su alrededor. Les pido que se den cuenta hasta qué extremo el hon1bre está dispuesto a perder ciertas cosas presentes para conseguir ganancias en el futuro, a soportar pruebas presentes para conseguir goces futuros, a sufrir dolor presente para conseguir salud en el futuro. La semilla es esparcida sobre la tierra y se pudre, pero se siembra con la esperanza de una cosecha futura. El  niño va a la escuela en medio de grandes lágrimas, pero lo enviamos con la esperanza de que un día los estudios le sean de provecho. Un miembro de la familia se somete a una dolorosa y delicada operación quirúrgica, pero lo hace con la esperanza de recobrar la salud en el futuro. Yo pido que todas las personas apliquen este gran principio general en lo que concierne al gobierno que Dios tiene del mundo; y les pido que acepten el hecho de que Dios permite el dolor, la enfermedad y las dolencias, no porque Él desee afligir al hombre, sino porque desea beneficiar el corazón, la mente, la conciencia y el alma del hombre para toda la eternidad. Repito que hablo de los "beneficios de la enfermedad" con conocimiento de causa y con intención. De sobras conozco el sufrimiento y el dolor que la enfermedad reporta, y la estela de miserias que a menudo deja tras de sí; pero aun con todo no puedo considerar a la enfermedad como un mal puro, un mal que no reporta ningún bien. La enfermedad entra de lleno en los sabios designios permisivos de Dios. Veo en la enfermedad un medio muy útil para detener los azotes del pecado y de Satanás en las almas de los hombres. Si el hombre no hubiera pecado, entonces en modo alguno podría hablar de los beneficios de la enfermedad; pero por cuanto el pecado está en el mundo, puedo darme cuenta de que la enfermedad es un bien para el hombre. Es una maldición, y al mismo tiempo una bendición. Admito que es un maestro muy duro, pero es un amigo verdadero del alma.

a) La enfermedad nos ayuda a recordar la muerte. 

La mayor parte de la gente vive como si nunca hubieran de morir; se lanzan a los negocios, a los placeres, a la política o a la ciencia, como si la tierra fuera su hogar eterno. Hacen planes y proyectos para el futuro como el rico necio de la parábola. Una enfermedad seria a veces ayuda a disipar estas ilusiones y sueños vanos, y les recuerda que un día morirán. Enfáticamente afirmo que esto es un gran bien.

b) La enfermedad ayuda al hombre a pensar seriamente en Dios, en el alma y en la eternidad. 

Mientras disfruta de salud el hombre no tiene tiempo para estos pensamientos, y tampoco desea hacérselos. No le gusta pensar en estas realidades, le son molestas y pesadas. Pero si le sobreviene una severa enfermedad, reacciona de tal manera que todos sus pensamientos se centran en Dios, el alma y la eternidad. Incluso un rey tan perverso como Benadad estando  enfermo pudo pensar en Eliseo (2 Reyes 8:8); aún los marineros paganos, teniendo a la muerte muy cerca, llenos de temor dijeron: "Que todo hombre clame a su dios". (Jonás 1:5). No dudemos de que cualquier cosa que hace pensar en Dios es buena.

c) La enfermedad ayuda a ablandar el corazón del hombre, y es principio de sabiduría. 

El corazón natural del hombre es duro como el pedernal; sólo se preocupa de las cosas de esta vida y se afana por una felicidad terrena. A menudo una larga enfermedad ayuda a corregir estas ideas. Y es que la enfermedad pone al descubierto lo vacío y vano de todo aquello que el mundo llama "buenas" cosas, y nos enseña a sujetarlas con mano floja. Es en la enfermedad que el hombre de negocios se da cuenta de que el dinero no es todo lo que el corazón desea. La mujer de sociedad se da cuenta de que los vestidos costosos, las novelas, los bailes de sociedad, las fiestas y todo lo demás, son consuelos muy pobres en el lecho de enfermedad. Sin duda alguna, cualquier cosa que nos obliga a cambiar nuestro sistema de pesas y medidas con respecto a las cosas del mundo, ha de ser considerada como muy buena.

d) La enfermedad nos abaja y humilla. 

Por naturaleza somos orgullosos y tenemos alto concepto de nosotros mismos. Pocas son las personas que no miran con superioridad a otras, y se lisonjean de que no "son como los otros hombres". El lecho de enfermedad puede ser un poderoso domador de tales pensamientos y sentimientos que nos fuerce a reconocer la verdad de que todos somos pobres gusanos, que "vivimos en casas de barro" y que "somos quebrantados por la polilla" (Job 4:19). A la vista del féretro y de la tumba no resulta fácil ser orgulloso. Sin duda alguna, cualquier cosa que nos enseñe esta lección, es buena.

e) La enfermedad sirve para probar la religión de los hombres. 

Muchos hay en esta tierra que no tienen ninguna religión, pero también hay muchos cuya religión no ha sido probada. Éstos se contentan con la tradición religiosa recibida de sus padres y no pueden dar razón de su fe. En muchos casos la enfermedad ha sido un gran medio para poner al descubierto el fundamento vano de una profesión religiosa nominal. La enfermedad revela a muchos hombres el hecho de que, aunque hayan tenido una forma de religión, en realidad han venido adorando a un "Dios no conocido". Muchos credos parecen hermosos y buenos en las aguas tranquilas  de la salud, pero tan pronto como las violentas aguas de la enfermedad se alzan, se rompen y hunden. Los temporales de invierno con frecuencia ponen al descubierto los defectos de construcción en la morada del hombre, y del mismo modo la enfermedad revela una ausencia de verdadera gracia en el alma. Sin duda alguna, todo aquello que descubra el verdadero carácter de nuestra fe es bueno. No digo que en todas las personas la enfermedad conferirá estos beneficios. En modo alguno puedo atreverme a decir tal cosa. Infinidad de personas que recobraron su salud, no aprendieron ninguna lección durante el tiempo que estuvieron en el lecho del dolor. Miles y miles de personas pasan del lecho de enfermedad a la tumba, y la experiencia de las tales no se distingue en nada a las de las "bestias que perecen"; la enfermedad no causó en ellas impresión espiritual alguna. En vida no tenían sentimiento alguno, y al pasar a la eternidad no tuvieron "congojas por su muerte". (Salmo 73:.4). Estas son cosas terribles de mencionar, pero son ciertas. El grado de muerte espiritual al que un corazón puede descender es tal que es para mí un abismo insondable.

Pero los beneficios sobre los cuales he estado hablando, ¿los confiere la enfermedad sólo a unos pocos? Tampoco puedo decir tal cosa. Creo que en muchos casos produce impresiones como las que he descrito. Creo también que para muchas personas la misma viene a ser el "día de la visitación de Dios", y que en el lecho de enfermedad se avivan los sentimientos de tal modo que por la gracia de Dios pueden llevar a muchos a la salvación. Estoy convencido que en tierras paganas la enfermedad pavimenta la obra de los misioneros, y hace que los pobres idólatras muestren buena disposición para oír las buenas del Evangelio. También en nuestro país las enfermedades ayudan grandemente a la labor del pastor; sermones y consejos que la gente no estaría dispuesta a escuchar gozando de buena salud, en el enfermo encuentran un oído atento. Creo que la enfermedad es uno de los intrumentos subordinados más útiles en la salvación de las almas, y aunque los sentimientos que obra a veces son meramente temporales, también a menudo son el medio usado por el Espíritu Santo para traer salvación a un alma. Las enfermedades corporales en la maravillosa Providencia de Dios han llevado a muchas almas a la salvación. No tenemos derecho a murmurar por las enfermedades, ni a quejarnos por su presencia en el mundo. Ellas son testimonio de Dios; consejeros del alma, despertadores de la conciencia y purificadores del corazón. Es, pues, con fundamento que puedo deciros que la enfermedad es una bendición y no una maldición, una ayuda y no un perjuicio, una ganancia y no una pérdida, un amigo y no un enemigo de la humanidad. Mientras vivamos en un mundo de pecado, es una merced que haya enfermedades.

III - Las obligaciones especiales que el predominio universal de la enfermedad nos impone.

Me sabría mal terminar el tema sin decir nada sobre este particular. Es de una gran importancia predicar el mensaje de salvación sin perdernos en generalidades. Deseo, pues, hacer llegar a cada lector el mensaje central del tema que nos ocupa, y despertar en ellos la responsabilidad que el mismo implica. Lamentaría de veras si al fin de este escrito el lector se preguntara: "¿Qué lección práctica he aprendido? ¿Qué es lo que debo hacer en medio de este mundo de enfermedad y muerte?"

a) Una de las obligaciones más importantes que el predominio de la enfermedad nos impone es la de estar siempre preparados para ir al encuentro de Dios. 

La enfermedad es un recordador de la muerte. La muerte es la puerta a través de la cual todos nosotros debemos pasar al juicio en el que compareceremos delante de Dios. Es importante, pues, que los habitantes de un mundo que enferma y muere se preparen para ir al encuentro de Dios. ¿Cuándo estarás preparado para ir al encuentro de tu Dios? Nunca estarás preparado, a menos que tus iniquidades hayan sido perdonadas y cubiertos tus pecados. Nunca, hasta que tu corazón haya sido regenerado y tu voluntad haya sido enseñada a deleitarse en la voluntad de Dios. Tus pecados son muchos; y sólo la sangre de Jesucristo te puede limpiar de todos ellos. Sólo la justicia de Cristo puede admitirte a la presencia de Dios. La fe, la fe sencilla como de niño, puede proporcionarte interés en Cristo y en sus beneficios. ¿Te gustaría saber si estás preparado para ir al encuentro de Dios? Permíteme, entonces, que te pregunte: ¿Dónde está tu fe? Por naturaleza tu corazón no está preparado para la compañía de Dios. El hacer Su voluntad para ti no es motivo de placer. El Espíritu Santo debe transformarte según la imagen de Cristo. Todas las cosas pasarán. ¿Te gustaría saber si estás preparado para ir al encuentro de Dios? Entonces, ¿Dónde está la gracia? ¿Dónde están las evidencias de tu conversión y de tu santificación? En esto, y sólo en esto, consiste la verdadera preparación para ir al encuentro de Dios. El perdón de los pecados y la aptitud para disfrutar de la presencia de Dios; la justificación por la fe y la santificación del corazón; la sangre de Cristo vertida sobre nuestros espíritus y el Espíritu de Cristo morando en nosotros; he aquí los esenciales de la religión cristiana. Y no son meras palabras para dar motivo a que los teólogos se enfrasquen en contiendas y disputas; sino que son realidades sobrias, sólidas y substanciales. Para vivir en un mundo de enfermedad y muerte, te es esencial la posesión de esas realidades espirituales.

b) Otra obligación importante que el predominio de la enfermedad te impone, es la de estar preparado para soportarla pacientemente. 

La enfermedad constituye una prueba dura para la carne. El sentir como si los nervios se hubieran soltado y la energía física debilitado; el obligársenos a permanecer sentados y apartados de nuestras ocupaciones habituales; el ver como nuestros planes se truncan y nuestros propósitos se frustran; el sufrir largas horas, días y noches de cansancio y dolor, todo esto constituye una carga severa para nuestra pobre naturaleza pecadora. Ciertamente, en un mundo de muerte como es el nuestro, debemos ejercitarnos en la paciencia. ¿Cómo podremos sobrellevar pacientemente la enfermedad cuando sea nuestro turno sufrirla? Debemos almacenar reservas de gracia en el tiempo de salud. Debemos buscar la influencia santificadora del Espíritu Santo sobre nuestros temperamentos indisciplinados y sobre nuestras disposiciones. Debemos hacer de la oración una ocupación habitual y pedir diariamente al Señor que nos conceda gracia para aceptar su voluntad y para ponerla por obra. "Si algo pidiereis en mi nombre yo lo haré." (Juan 14:14.) Las gracias pasivas del cristianismo merecen una mayor atención por nuestra parte. La mansedumbre, la suavidad de carácter, la resignación en la enfermedad, la fe, la paciencia, se nos mencionan en la Escritura como frutos del Espíritu Santo. Son gracias pasivas que de una manera muy especial glorifican a Dios. Y es en el lecho de enfermedad donde brillan de una manera más resplandeciente; ellas son las que hacen que muchos enfermos prediquen sermones silenciosos,  mensajes sin palabras que aquellos que 'les rodean no puedan olvidar. ¿Deseas adornar la doctrina que profesas? ¿Deseas que el cristianismo brille hermosamente ante los ojos del mundo? Entonces atesora para ti reservas de paciencia para el día de la enfermedad. Y entonces, si tu enfermedad no es para muerte, será para la "gloria de Dios". (Juan 11:14.)

c) Otra obligación importante que el predominio de la enfermedad te impone es la de mostrar una prontitud habitual para compadecerte y ayudar a tus semejantes. 

La enfermedad nunca está lejos de nosotros. Pocas son las familias que no tengan algún miembro o pariente enfermo. Pocas son las congregaciones que no tengan alguna persona enferma. Allí donde hay un enfermo, de allí viene una llamada a la obligación. La asistencia oportuna por insignificante que sea, la cariñosa visita, una pregunta de interés por la persona enferma, una mera expresión de simpatía, etcétera, pueden hacer mucho bien. Todas estas cosas ayudan a hacer desaparecer las asperezas y a unir a las personas en los lazos de la caridad. Y no lo olvides, a menudo éstos son medios para llevar almas a Cristo; son obras buenas en las cuales todo creyente ha de estar ejercitado. En un mundo de enfermedad y dolor debemos "sobrellevar los unos las cargas de los otros" y ser "benignos unos con otros". (Gálatas 6:2; Efesios 4:32.) Quizá para algunos lo que he dicho pueda parecer muy insignificante y de poco valor, y piensen que lo importante es hacer algo grande, llamativo y heroico. Pero no se dan cuenta de que una cuidadosa atención en estas pequeñas muestras de caridad fraternal constituye una de las evidencias más claras de poseerse la mente de Cristo. Son obras que nuestro Maestro mismo realizó continuamente: "anduvo haciendo bienes", sanando a los enfermos y curando a los oprimidos. Éstas son obras a las que El concede gran importancia, como puede verse en la descripción que nos da del juicio final y en la que, entre otras cosas, nos dice: "Estuve enfermo y no me visitasteis". (Mateo 25:36.) ¿No tienes deseos de probar la realidad de tu caridad, esta gracia sobre la cual tantos hablan, pero pocos practican? Entonces no descuides a los hermanos enfermos; socórreles con tu ayuda; muéstrales tu simpatía; esfuérzate para aligerar sus cargas; y, sobre todas las cosas, procura hacer bien a sus almas. Tal proceder te hará mucho bien y será de bendición  para tu alma. Dios nos prueba y nos examina a través de cualquier caso de enfermedad en torno nuestro. Permitiendo el sufrimiento, el Señor prueba nuestros sentimientos. Cuidado, pues, de que puesto en la balanza seas hallado falto. Si puedes vivir en un mundo de enfermedad y de muerte sin compadecerte de los otros, entonces todavía tienes mucho que aprender. Terminaré el tema con unas palabras de aplicación práctica. Que el Señor haga que sean de provecho espiritual para las almas de los lectores.

1) En primer lugar me dirijo a vosotros con una pregunta que, como embajador de Cristo, os ruego le deis la atención que merece. Es una pregunta que de una manera natural se desprende del tema que hemos venido tratando y que concierne a todas las personas sin excepción de rango, clase o condición social. Ésta es la pregunta: ¿Qué harás cuando estés enfermo? Ha de llegar el día cuando tú tengas que atravesar el valle de sombra y de muerte. Ha de llegar el día cuando tú, al igual que tus antepasados, enfermarás y morirás. La hora y el día puede estar cerca o lejos, sólo Dios lo sabe, pero sea cuando sea, la pregunta permanece en toda su vigencia: ¿Qué harás tú? ¿A dónde te dirigirás para obtener confortamiento? ¿En qué descansará tu alma? ¿De dónde vendrá tu esperanza? Te ruego no eludas estas preguntas; permite que obren en tu conciencia y no descanses hasta que las puedas contestar satisfactoriamente. No juegues con el alma, ese precioso don inmortal. N o aplaces la consideración de este asunto para otra ocasión. No confíes en un arrepentimiento de lecho de muerte. El asunto más importante no debe ser dejado para el final. Si tuvieras que vivir para siempre en este mundo no te hablaría de esta manera; pero no es así. No puedes escaparte del destino que pesa sobre toda la humanidad. Nadie puede morir en tu lugar. El día llegará cuando tendrás que emprender viaje hacia tu hogar eterno. Y para este día yo quiero que estés preparado. Este cuerpo que ahora acapara tanta atención por tu parte; este cuerpo que ahora vistes, alimentas y calientas con tanto cuidado; este cuerpo debe volver otra vez al polvo. Piensa cuán terrible será un día darse cuenta de que te cuidaste de todo menos de la cosa absolutamente necesaria: la salvación de tu alma. De nuevo te pregunto: ¿Qué harás cuando estés enfermo?

2) Deseo ahora dar un consejo a todos aquellos que sienten que lo necesitan y están dispuestos a guardarlo; es un consejo para aquellos que todavía no están preparados para ir al encuentro de Dios. Este consejo es corto y sencillo: acude al Señor Jesucristo sin más demora; arrepiéntete de tus pecados; refúgiate en Cristo y serás salvo. Tienes un alma y debe preocuparte la salvación de la misma. De todos los juegos, el más peligroso es el de vivir descuidando el que un día debemos ir al encuentro de Dios. ¡Oh, prepárate para ir al encuentro de tu Dios! Arrepiéntete de tus pecados; refúgiate en el Salvador hoy mismo, en este instante y suplícale que salve tu alma. Búscale por la fe; encomienda tu alma a su cuidado. Implora con todo tu corazón por su perdón y por la paz de Dios. Pídele que derrame sobre ti el Espíritu Santo. No dudes, Él te oirá y contestará, ya que ha dicho: "el que a mí viene no le echo fuera". (Juan 6:37.) No te conformes con un cristianismo vago e indefinido; ni pienses que todo va bien, pues eres miembro de una Iglesia muy antigua y que al final Dios será misericordioso para con todos. No te confíes, no descanses hasta que no hayas experimentado una unión viva con Cristo. No descanses hasta que tengas el testimonio del Espíritu Santo en tu corazón y hayas sido lavado, justificado, santificado y hecho uno con Cristo. N o descanses hasta que puedas decir con el Apóstol: "Porque yo se en quien he creído y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día". (2 Timoteo 1 :12.) Una religión vaga e indefinida quizá te vaya bien mientras goces de salud; pero de nada te servirá en el día de la enfermedad. Entonces, sólo una unión viva y personal con Cristo podrá confortarte. Cristo intercede por los creyentes; Él es nuestro Sacerdote, nuestro Médico, nuestro Amigo. Sólo Cristo puede quitar de la muerte su aguijón y capacitarnos para hacer frente a la enfermedad sin temor. Sólo Él puede 'libertar a aquellos que por el temor de la muerte están sujetos a servidumbre. ¡Acude a Cristo; refúgiate en Él!

3) En tercer lugar, deseo exhortar a todos los verdaderos creyentes que lean este escrito a que recuerden que pueden glorificar a Dios en gran manera durante la prueba de la enfermedad. Es muy importante y conveniente considerar este punto. El corazón del creyente puede desmayar fácilmente cuando su cuerpo está débil. Satanás se aprovecha para sugerir dudas en su mente. Yo he visto la tristeza que algunas veces invade al creyente cuando de una manera súbita ha caído en el lecho de enfermedad. He podido darme cuenta de cuán predispuestas están algunas personas buenas a atormentarse a sí mismas con aquellos pensamientos mórbidos de "Dios me ha abandonado; he sido echado de su presencia". ¡Oh cuánto desearía hacer entender a los creyentes enfermos que tanto pueden glorificar al Señor con su sufrimiento paciente como con el trabajo activo! A menudo se evidencia mas gracia en la mera inmovilidad del enfermo que en el ir y venir de los cristianos sanos. El Señor cuida de sus hijos tanto en la enfermedad como en la salud; la prueba de la enfermedad, que a veces el creyente sufre tan dolorosamente, ha sido enviada con amor y no por enojo. ¡Oh cuánto deberían acordarse los creyentes enfermos de la simpatía y amor que Cristo muestra hacia sus miembros enfermos! Los hijos de Dios siempre disfrutan de los cuidados de Cristo, pero de una manera especial en la hora de la necesidad. Cristo conoce las enfermedades del pobre mortal y percibe los desalientos de un corazón enfermo. Cuando estaba sobre la tierra vio y curó "toda enfermedad y toda dolencia". En los días de su carne se identificó de una manera muy especial con los enfermos; y también ahora, en su glorificación, se identifica con ellos. A menudo pienso que la enfermedad y el sufrimiento, más que la salud, hacen que el creyente se conforme más a la semejanza de Cristo. Él fue "varón de dolores experimentado en quebranto". "Y tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias." (Isaías 53:3; Mateo 8 :17.) El creyente que sufre está en una condición más favorable para identificarse con un Salvador sufriente.

4) Terminaré con unas palabras de exhortación para todos los creyentes. Os exhorto a que continuéis en el hábito de una comunión íntima con Cristo, y a que no temáis "ir demasiado lejos" en vuestra profesión de fe. Acordaos de esto si deseáis tener "una paz grande" en la hora de la enfermedad. Observo con gran pesar la tendencia que algunos tienen de abajar el nivel del cristianismo práctico, y la tendencia que muestran a denunciar lo que despectivamente llaman "puntos de vista extremos" en puntos que atañen al testimonio cristiano. Exhorto al lector cristiano para que no se deje influenciar por estos criticismos; si al atravesar "el valle de  sombra de muerte" desea tener luz, debe "guardarse sin mancha del mundo" y andar en estrecha comunión con Dios. Esta falta de verdadera entrega al Señor por parte de muchos creyentes explica el porqué en la prueba de la enfermedad y en la hora de la muerte tienen tan poco consuelo. El "ir a medias" y el estar "a buenas con todos" es algo que satisface a muchas personas, pero que ofende a Dios; y con ello lo que en realidad se hace es sembrar espinos en la almohada del lecho de muerte; y lo triste del caso es que muchos son los que descubren esto cuando ya es demasiado tarde. La superficialidad y poca profundidad espiritual de una profesión de fe se deja ver, de una manera muy patente, en la enfermedad. Si en verdad deseas "gran consolación" en la hora de la necesidad, no puedes contentarte con una unión superficial con Cristo (Hebreos 6:18). Debes tenes algún conocimiento de lo que es una comunión experimental con Él. No olvides nunca que "unión" es una cosa y "comunión" es otra. Hay creyentes que saben· lo que es la "unión" con Cristo, pero que no saben nada de la "comunión" con Cristo. Puede llegar el día cuando después de una larga lucha con la enfermedad, nos demos cuenta de que las medicinas ya no surten efecto y la muerte es cierta. Junto al lecho estarán nuestros familiares y amigos, pero nada podrán hacer para ayudarnos. Menguará rápidamente nuestra capacidad auditiva y visual, e incluso nuestra fuerza para la oración; el mundo con sus sombras se disolverá a nuestros pies y las realidades de la eternidad se irán levantando delante de nuestras mentes. ¿Qué será lo que nos sostendrá en aquella hora crucial? ¿Qué es lo que nos podrá hacer decir con el salmista: "No temeré mal alguno"? (Salmo 23:4). Nada, nada, a no ser una íntima comunión con Cristo. Cristo morando en nuestros corazones por la fe; Cristo extendiendo su diestra bajo nuestras cabezas; Cristo sentado a nuestro lado. Cristo, y sólo Cristo, puede darnos completa victoria en la última lucha. Estrechemos más íntimamente los lazos de nuestra comunión con Cristo; amémosle más y más; vivamos totalmente consagrados a Él; y sigámosle e imitémosle en todo. Si así lo hacemos no tardaremos en disfrutar de los frutos de su recompensa y en el atardecer de la muerte Él nos traerá luz. En la prueba de la enfermedad proporcionará paz; y en la vida venidera nos dará una corona incorruptible de gloria. El tiempo es breve. La gloria de este mundo se pasa. Unas pocas enfermedades más, y todo habrá pasado. Unos pocos entierros más, y nuestro propio funeral tendrá lugar. Unas pocas tormentas más y ya habremos llegado a puerto seguro. Viajamos hacia un mundo donde no hay enfermedad; donde la separación, el dolor, el lloro y el luto, ya no se conocen. El cielo cada vez se llena más, y la tierra queda más vacía. Los amigos que tenemos allí ya son más numerosos que los que tenemos a popa. "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá." (Hebreos 10:37.) En su presencia habrá plenitud de goces. Cristo limpiará toda lágrima de los ojos de Su pueblo. El último enemigo que será destruido será 1a muerte, ¡pero será destruido! Un día la muerte misma morirá. (Apocalipsis 20:14.) Mientras tanto vivamos en la fe del Hijo de Dios; apoyémonos completamente en Cristo y gocémonos en el pensamiento de que Él vive para siempre. ¡Sí, Gloria a Dios! Aunque muramos, Cristo vive. Aunque familiares y amigos sean depositados en la fría tierra, ¡Cristo vive! El que abolió la muerte y trajo la vida y la inmortalidad a la luz, vive. Aquél que dijo: "¡Oh muerte, yo seré tu muerte; oh sepulcro, yo seré tu destrucción!" ¡vive! (Oseas 13:14). Aquel que un día cambiará el cuerpo de nuestra bajeza y lo transformará a semejanza del suyo, ¡vive! En salud o en enfermedad, en vida o en muerte, confiemos en Cristo. Motivos tenemos para decir continuamente: "Bendito sea Dios por Jesucristo".


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